Luna



Fue una mañana de Abril cuando sintió por primera vez el fenómeno; un hormigueo que recorría sus extremidades y la hacían sentir intranquila y de repente como si su cerebro descargara una dosis de adrenalina por todo su cuerpo no se podía controlar, no podía estarse quieta necesitando moverse, correr, gritar, llorar. No entendía que pasaba, siempre estos estados de hiperactividad venían después con un abandono a una depresión profunda que le impedía las más cotidianas acciones, permanecía en su cuarto días enteros abandonando así  sus relaciones, sus actividades académicas y deportivas aislándola poco a poco del mundo de jovialidades en el que vivió toda su infancia. A los 18 ingreso a la Universidad a estudiar Literatura Francesa y para ese entonces ya estaba convertida en lo que sería toda su vida, una mujer melancólica  con un cuadro depresivo crónico que no trataba más que con largas horas de escritura, música y una que otra droga estimuladora de su sistema nervioso. Pero Luna esta triste, Luna no quiere ser lo que es y me mira con esos ojitos de “ayúdame” que  me conmueven. Nos conocimos en la universidad cuando yo ya cursaba el tercer semestre de la misma carrera, nos unió la pasión por la poesía francesa del siglo XVIII y la manera en que disfrutábamos de las cosas simples; podíamos pasar un día entero leyendo poemas o contando chistes pendejos mientras nos fumábamos un porro y así la vida era bella y no necesitábamos más. Pero con el pasar de los meses, las lecturas y nuestras propias personalidades iban encaminándonos por caminos más inciertos, nuestra tendencia a la depresión y personalidad adictiva había sido pieza fundamental para construir lo que fue nuestra relación, obsesivos a la hora de cuidarnos, de estudiar, de consumir y explorar nuevas sensaciones que enriquecieran nuestros textos. Fue así como nos empezamos a amar, ella escribía versos y los declamaba perfectamente deleitándome, yo escribía cuentos y se los leía recostado en sus piernas mientras ella acariciaba mi pelo y fumaba un cigarrillo.
Hoy nos llega la tarde con una coloración azulada que segundo a segundo se oscurece más y más mientras Luna permanece acostada en la cama observando tras la ventana este acontecimiento, su mirada perdida en las nubes que sin afán alguno se desplazan en el firmamento la tranquilizan y me gusta verla así. Ya llevamos una semana en este cuarto, comemos poco, bebemos poco, nadie nos visita, estamos juntos, solos, amándonos.  En el reproductor suena la misma canción una y otra vez  “Oh, laissez, laissez-moi dormir,Mes oiseaux pour escorte…”, una botella de vino a medias, ropa sucia por toda la habitación entremezclada con hojas llenas de tachones y versos sin sentido, Luna y yo jugamos a escribir, a describir el cielo y a conocernos a nosotros mismos. Vuelve y empieza la canción, lo mejor será dejar de escribir e irme acostar al lado de ella…“Oh, laissez, laissez-moi dormir,Mes oiseaux pour escorte…”.


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