La noche de las tristezas


El caballo sigue comiendo heno, escucha a suviejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido.Yona, escuchado al cabo por un ser viviente,desahoga su corazón contándoselo todo.
Anton Chejov-La tristeza 
Cada noche llega con un aire diverso para mí, como si cada una de ellas  fuera diferente en un sentido especial, pero sé que no lo es, simplemente mi psiquis juega con los cambios fisiológicos de mi cuerpo y  hace que tropiece o se enderece mi pensamiento sumergiéndome en diferentes estadios. Hay noches en que mi casa resulta reconfortante; el llegar y asombrarme de la profunda oscuridad del cuarto, lavar el uniforme, sentirme medico en formación, recordar mi vida con todas sus vicisitudes y sentirme ameno en mi presente, logrando día a día las metas que me propongo; en mi cuerpo una vitalidad se siente y el mundo cabe en mis manos, en mi mirada, me hallo, si bien no feliz, satisfecho. Pero hay noches demasiado lúgubres en las que mis parpados pesan y mi fuerza se va, estas son las noches tristes.
Noches de nostalgia por un pasado no tan bueno que ya no es posible, noches que gritan nombres a manera de lamentos y retumban en mis oídos hasta sentir cada consonante acariciando mi cerebro, noches que se me meten en los ojos como dagas a fuerza de malestar mental. Pero sé que es como dice Nietzche:

“Nada es bello, solamente el hombre es bello; sobre esta simpleza descansa toda la estética; tal es su primera verdad. Agreguemos en seguida la segunda: nada es feo más que el hombre que degenera.”

Y no pretendo hacer un análisis del juicio que hago a mis noches, seria por todo estéril y pueril, simplemente hoy me quiero decir que esta humanidad (sus facetas más destructivas)a veces es peso muerto que siento a cuestas o camisa de fuerza que limita mi disciplina en el desarrollo de mis potencialidades y es en noches como hoy que lo noto más severamente. Añorar el daño sabiendo lo absurdo de la proposición en si, mirar lacónico la calle y saberme en el lugar inadecuado aun sabiendo que acá debo estar, que es lo que quiero, la autocondenación paulatina que elimino de tajo por su base de estupidez pero que vuelve insistente a posarse en mis ideas. En noches como esta recorro sepulcros familiares y lloro sin llorar, sonrió sin sonreír; divago sin sentido en un abismo de ocurrencias e inverosimilitudes. En noches como esta no puedo hacer nada más que poner algo de música, leer algo suave, desahogarme poco a poco airando mis demonios y esperar que el sueño me mate una vez más para que así un nuevo día me salude y creerme a medias el cuento de que esta vida que llevo  realmente es un privilegio. 

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