Desvarío

Ayer caminaba por un concurrido parque de la ciudad y tuve la oportunidad de ver las escenas comunes de estos sitios: parejas besándose celebrando su amor, abuelos rememorando, niños corriendo, vendedores ambulantes e indigentes. A lo lejos vi algo particular; una figura de mujer envuelta en una túnica blanca que permanecía inmóvil sobre un taburete envejecido a unos cien metros de mí. Pensé que era una de esas estatuas humanas que se ganaban la vida de esta forma y decidí acercarme, era como si un raro magnetismo me obligara a hacerlo, así que emprendí la marcha. Cada vez que me acercaba se hacía más nítida la figura femenina que poseía una delgada cintura con unas prominentes caderas y un talle hermoso; su cara estaba cubierta por algún tinte blanco que le daba un aire místico como de Alma en pena mientras que su cabello azabache y perfectamente liso flotaba sobre sus hombros y caían suavemente cubriendo sus senos protegiéndolos pero a la vez destacando la ausencia de brasier; la profundidad de sus ojos aumentaba por las tonalidades oscuras del maquillaje que los rodeaban, haciéndolos parecer dos profundos pozos cuyo fondo pudiera ser la más entrañable felicidad o los terribles e inclementes padecimientos del tártaro ¡Como me hubiera gustado poder intercambiar unas palabras con aquella bella mujer! al ver un recipiente de cobre frente a ella supuse que su cuerpo solo se movería cuando algún transeúnte pusiera unas monedas así que se me ocurrió hacerlo e intentar hablarle; revisé mi bolsillo y solo poseía un billete de cinco mil, demasiado para una empresa de este tipo, busque un vendedor cercano y compre un cigarrillo y una botella de agua pidiéndole que por favor me diera algunas monedas en el cambio. La observe mientras fumaba, desde mi posición podía ver lo bien que desempeñaba su oficio y lo económicamente mal que le iba pues nadie se le acercaba ni la miraban como si no existiera, traté de hallar algún movimiento que la delatara humana y no esa figura apológica de la diosa Hera, no lo logré. Arrojé la colilla y empuñe unas monedas, me acerque lentamente con el mismo propósito de hace un instante; ver si un estímulo externo lograba inmutarla, de nuevo fracasé. Me paré justo frente a ella y levantando un poco mi cabeza la mire fijamente a los ojos, no había respuesta alguna. Me agache y deposite las monedas e inmediatamente sus facciones cambiaron dibujando una amplia cavidad en la que como finas piezas de marfil bien acomodadas y enmarcadas por unos labios teñidos de color ceniza aplaudían mi acto, con suavidad, uno de sus brazos se extendió hacia mi ofreciéndome su mano la cual sujete sin demora; estaba particularmente fría y cubierta por una suave capa de alguna sustancia espesa, cosa curiosa en esta ciudad de clima caluroso. Dije <<Hola>> y como si esta palabra fuera código secreto para volver a la realidad su mano se deslizo de la mía, su boca se cerró y ella volvió a la misma posición estática. Repetí el ejercicio, otra moneda y el mismo efecto; una sonrisa perfectamente planeada, una boca que se abre, unos dientes hermosos. Bueno, eso fue todo, pensé mientras me retiraba, cuando estaba a treinta metros de aquel lugar se me ocurrió mirar por última vez  a mi diosa humana, a esas carnes envueltas en fino manto blanco que por un momento me había entregado su gélida mano a cambio de unas monedas, pero ya no estaba. ¿Cómo pudo haberse ido tan rápido? ¿Cómo es que una figura tan finamente caracterizada pasaba desapercibida en un parque tan concurrido? Estas son algunas de las preguntas que hasta el día de hoy me hago mientras recuerdo con agrado aquellos profundos ojos y me revivifico con el recuerdo fresco de aquella  viscosa mano de nieve rozando esta tan corriente con la que escribo.

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