Despedida
-Hoy he venido a contarte algo que me sucedió hace muchotiempo mi cielo. Decía el padre sentado al borde de la cama de su pequeña hija de seis años, quien con los ojos soñolientos lo miraba amorosamente.
- Hace mucho tiempo yo me encontraba estudiando en la universidad y mis estado de ánimo eran fluctuantes, mi vida era un poco complicada y las necesidades apremiaban como era el común de aquellas personas que querían lograr sus sueños a toda costa. Muchas noches me acostaba con la terrible sensación de opresión en el pecho y una rabia incontenible que me hacía querer llorar sin lograrlo nunca, más nada hacía, solo pensar hasta quedarme dormido. A la mañana siguiente me levantaba casi automáticamente y seguía cada hábito necesario, asearme, peinarme, vestirme, pero mis manos me pesaban y mi mirada era algo opaca. Mis amigos no entendían que me pasaba, ellos me veían apuesto, inteligente, así que no lograban comprender como una persona tan privilegiada podría llegar a sentirse inconforme con su existencia. De igual forma a mí no me importaban mucho mis compañeros y la mayoría me parecían desesperantemente superfluos. Pero mis estados de ánimo eran fluctuantes, subían y bajaban; un día podría disfrutar plácidamente de una conversación acerca del porqué del calor del día o hasta de la diferencia entre amar y querer y cosas estúpidas por el estilo, pero había otros días en los que la mínima mención de estos temas me parecía de lo más estéril y me escabullía deprisa hasta encontrarme en mi soledad con algún cuento, poema o sencillamente escuchaba una canción que ayudara a calmar mi ímpetu. Sabía que nadie tenía la culpa de mi inestabilidad.
Un día, estaba yo sentado leyendo un libro cualquiera cuando una mujer de cabello negro y piel blanca se acercó a hablarme logrando captar mi atención de inmediato, aquella voz ¡Aquella voz! Dulce melodía en mis oídos llevándome hasta un éxtasis corpóreo inenarrable; hablaba de libros, de poemas de música, su nivel cultural me ligaba más a ella que su belleza física por no decir que me seducía produciendo mi tal excitación cuando declamaba un verso de Rilke o recordaba el perfecto realismo de Balzac. Ella fue tu madre mi cielo, así nos conocimos. Ella me brindo los años más felices que pueda recordar en mi vida y cuando supimos que te íbamos a tener nuestros corazones rebozaron de alegría, nuestro ojos se humedecían de felicidad y nos besábamos suponiendo el mundo perfecto, la felicidad eterna, el bienestar juntos como uno solo. Pero nunca es de tal manera. En el parto una complicación hizo justicia poética y se llevó una fuente de felicidad trayendo otra, tú. Mi corazón estaba confuso y no comprendía aquel periplo del entendimiento, te tenía en mis brazos y la veía a ella haciendo que quisiera besar o tirar de un solo golpe contra el suelo y no verlas nunca más. Pero el tiempo apaciguo mi ánimo y el amor que tu generaste en mi fueron superiores y me propuse amarte y protegerte hasta con mi propia vida y ese es el punto; la locura se ha apoderado de tu padre, un demonio persiste en mi pecho acelerando mi corazón e impulsándome a cometer actos obscenos, vulgares ¡criminales! ¡Yo te amo hija mia y cuando te observo veo a tu madre diciéndome cuanta felicidad ya no está presente! Necesito que vivas, necesito arrojar este demonio al fuego y consumirlo, te amo, pero me tengo que ir ¿algún día podrás perdonarme? ¿Algún día entenderás que tu padre prefirió quitarse su vida a tomar la tuya? Te amo hija mía, siempre te he amado.
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