El huraño
He salido de la caverna húmeda que cobijaba mi confort y mis ojos absortos se inundaron con las maravillas del mundo, con la naturaleza y con la maravillosa capacidad de mi percepción, mis miembros tambalearon un poco al sentir el delicado roce de la hierba en la palma de mis pies y mis manos entumecidas se retiraron con temor la primera vez que las sumergí en el arroyo; mi boca rechazo con premura el primer encuentro con otros labios pútridos indignos y mi corazón frenético tronaba en cada latido mientras esto sucedía. Pero yo no era el primero; en esta zona ya habían más humanos que con mis forma de asombro con sorna entretenían sus días y me gritaban ¡desquiciado! entonces comprendí “Aquí estas solo”. Vislumbre con tranquilidad que mi amor por el mundo era algo demasiado personal que solo debía ser compartido con otra persona que se maravillara de tal manera y lo percibiera de una forma similar, hasta que sucedió y los días fueron más gloriosos aun, pero la gran bóveda celeste se cubrió con la negrura propia del manto de la muerte e infecto sin reparo el cuerpo de mi amada llevándosela consigo en su furia de agua, viento, barro y sangre, entonces comprendí “Ya no amaras más”. Yo, que nunca conocí a mis padres, que nunca conocí a mi creador, ¡yo! Que del amor más puro por el mundo me convertí en la oscuridad del alma que enveneno mis sentidos al arrebatármelo todo ¡Yo que del misticismo de mi suplica por el revivir de mi amada a los dioses y demonios conocidos! Mientras me contemplo embebido en mi anhedonia, en el silencio de esta noche tétrica, me confieso a mí mismo: Yo soy el huraño.
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