Imaginación o mi amiga la noche
Un cubo en cuyo interior cada una de sus caras blancas limita el espacio único de este ser, a la luz de no más que una lámpara de mesa y el sonido repetitivo de su ventilador él permanece postrado en el suelo, dubitativo, su mirada es árida, sus cabellos desordenados, quien lo viera en ese mutismo acinético no dudaría en relacionarlo con algún trastorno. Él espera silencioso, piensa, enlaza palabras formando así el preludio de las palabras exactas que encajaran en el momento indicado, en el renglón preciso, con el sentimiento adecuado. Lo siente; sus ojos arden, su garganta tiembla, su cuerpo se presenta más leve, ha llegado el momento:
La noche me saluda con un delicado beso en los labios que me complace mientras que de las paredes como criaturas maravillosas pequeñas lagartijas salen a buscar su alimento consistente en pequeños zancudos aerodinámicos que planean como abastecer sus entrañas con mi sangre. La siento, no la veo, pero sé que está allí; se sienta a mi lado, se acomoda en mi hombro y me abraza mientras el vaho de su existencia recorre mi cuello dándome calma, serenidad, locura y muerte. La noche es muy linda, me sonríe tiernamente y me llora sus historias con entreactos de sonrisas picarescas, sus recuerdos de alegrías, de personas, de palabras, de orgasmos, de nudos en la garganta, de frases frenéticas que queman el papel consumiéndolo hasta el fin. Calla un momento, es hora de que yo hable, pero mis cuerdas vocales están secas y si vibraran se quebrarían así que le hablo con mis ojos; se inundan, se secan, brillan, explotan, se cierran. Ella comprende a la perfección. Sujeta mi mano y susurra a mi oído unos versos que me hacen sonreír, la miro y me besa, dice que escriba, que sienta, que llore, que ría, que viva; que escriba riendo, llorando, sintiendo y viviendo. Acaricia mi rostro y me llama innoble, vulgar, hermoso, rodea mi cuello y aprieta mientras secretea << ¡Has de morir! >> Pero me suelta justo antes de que pierda la conciencia disfrutando verme en ese estado de espanto. Me levanto; la llamo puta, la llamo amiga, la llamo amada. Sujeto mi lápiz y escribo su muerte mientras pide auxilio aludiendo aquel amor enmohecido que quiso romper mi cuello, la torturo lentamente con frases cruentas y adjetivos hirientes que desnudan su alma hasta que aquel vaho en mi cuello se extingue con un brillo de luz y un punto final sobre su frente, no sin antes escuchar en una deformación de su dulce voz ahora con entonaciones guturales perdidas en el eco del recinto << ¡Volveré y volverás, hemos de amarnos por siempre! >>. La noche mi puta, mi amiga, mi amada.
Él permanece postrado en el suelo, dubitativo, su mirada es árida, sus cabellos desordenados, pero ahora este cubo está lleno de luz en su interior y un nuevo objeto está allí: Una hoja llena de letras en renglones torcidos tirada en el piso. Él está cansado, respira lento, su pulso decrece, cierra los ojos, se va, se pierde.
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