Adriana y el pozo de la tristeza
Felicidad, aquel estado que suponía al lado de ella, pero tras la muerte de Adriana, la mujer con la que había compartido 15 años de mi corta vida no podía hacer más que abandonarme a mi fatídico estado de ánimo goteando pensamientos sobre mi frente que con el tiempo lograrón horadarla y penetrar hasta mi cerebro a manera de pozo profundo cuyas paredes estampadas de sangre y hueso lo hacen resbaladizo para que sea imposible salir. En el fondo, una oscura colección de un líquido rojizo permanece en calma y solo se inmuta cuando una de estas palabras caen hasta allí generando una onda que se expande lenta y sincrónicamente desde el centro del impacto hacia la periferia hasta llegar a las paredes que la capturan y no le permiten subir. He allí la génesis de mis tristezas, el pozo de mis tristezas. Una mañana me desperté pensado “Bueno, este pozo es clausurable, drenarlo y demolerlo es mi obligación” y así lo hice; Empuñé cada palabra alegre y sus sinónimos y los arroje fuertemente hacia el fondo de aquel oscuro agujero llenándolo parcialmente de cierta luz que moría a medida que descendían. Mis fuerzas se agotaban y estuve a punto de desfallecer al ver el poco daño que le hacía pero se me ocurrió una idea “He de arrojarme allí, así el impacto de mi cuerpo contra el fondo generara tal estruendo que la mescolanza viscosa que contiene rebosara los límites y caerá derrotado”. Lo pensé por un muy buen momento, debo confesar que tenía miedo, tenía miedo de morir en el intento, lo pensé varios días, meses, me engañaba, acaso no era mejor vivir un poco triste que morir en el intento de superar esta realidad, pero sabía en el fondo que no. Por fin me decidí, me sujete fuerte de los bordes de mi cama y me dispuse a arrojarme sobre mí mismo, sobre mi frente, sobre aquel negro y húmedo agujero que llevaba como una marca de crueldad sobre mí mismo. Una descarga de adrenalina recorrió todo mi cuerpo seguida de una cuadriparestesia placentera que termino por relajar cada uno de mis músculos en todo el cuerpo y pude sentirme libre, en el vacío, allí donde no existe ni norte ni sur ni este ni oeste, solo podía percibir dos dimensiones; arriba y abajo. Arriba, donde permanecía inquieto, angustiado. Y abajo; hacia donde me dirigía, la paz, la plenitud de mi alma. Estaba cayendo y ya no temía al impacto. A la mañana siguiente abrí los ojos y no me demore en percibir como mis sentidos se habían agudizado; cada corriente de aire la podía sentir en cada uno de mis poros y estaba en capacidad de distinguir cada partícula que ingresaba a mi nariz, pudiendo así definir su contextura, su tamaño y forma por muy atómica que fuese. Solo uno de mis sentidos se había perdido por completo, la visión. No era capaz de representarme el mundo como lo haría hasta antes de tomar tan sensata decisión como fue la de arrojarme al pozo de mí mismo, era como si toda representación material de mi entorno solo se pudiera construir como estructura imaginaria de mi pensamiento basado en las percepciones que hubiese recolectado hasta el día anterior, por lo demás solo tenía un gran halo de oscuridad como panorama general. Aún así estaba feliz ¡Felicidad! ¡Ah esa palabra que me resultaba tan caricaturesca para definir algún periodo de la vida! Pero lo estaba, me desplazaba y luego de tres días note como no tenía que levantar mis piernas, el suelo y la materia de mis miembros eran uno solo y el primero me cedía espacio cuando yo decidía avanzar, ya no había calor ni frio, solo la sensación bamboleante de mi cerebro que se mecía extasiado al respirar, al oír, al palpar, al saborear el aire y tragarlo de un tajo para que saliera de nuevo por mi pecho o mi abdomen henchidos de gloria.
Permaneciendo acostado un día cualquiera todo cambio, la sensación de que me desaparecía fue creciendo poco a poco y me hallaba desesperado, no sabía como actuar ni qué medidas tomar al respecto, quería llorar y no podía, acudí a otros seres pero pareciese como si ya no me reconocieran o aunque fuera notaran mi presencia, grite, reí como un loco, y hasta invoque ayuda divina más nada fue útil así que volví a mi cuarto y me eche sobre la cama “He de volver, he de salir de este pozo infernal” intente concentrarme mientras que tensionaba mi cuerpo y sollozaba entre el pánico y el miedo hasta que una mano se posó sobre mi frente acariciándola diciendo <<Ya no puedes, ya tomaste tu decisión amor>> .
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