Carta al hijo


Querido Carlos:

Ausencia amarga encaje y seda.
Lucha heroica contra el instinto,
que como el viento se hace fuerte y destructivo
en el fluir de lo vivido.

Olor a sangre, alcohol y orina agudizan mis sentidos de una manera que no deseo, este olor me sumerge en un estado de hastío profundo, el valor de mi trabajo, de mi presencia, radica en el conocimiento, en la aplicabilidad de ese conocimiento, y la gratitud que recibo de un tiempo acá me resulta repulsiva. El “Gracias” del que cree que su derecho a la salud es un favor personal, la coquetona irresponsable que caza un médico, el gañan que sin la más mínima idea se propone saber más que los mismos que pasaron por la Escuela de Medicina. Pero decido callar, sé que mis pensamientos en estos momentos no son objetivos, estoy deprimido, aislado, sonriente todo el día, respondiendo frases tontas a preguntas tontas, quisiera vomitar constantemente el nudo que ahora habita en mi garganta: sé que mis opiniones en este momento no son justas para con esas personas.

Entro al hospital todos los días a las siete de la mañana y cada vez que puedo, cada vez que las consultas y/o urgencias me dan tiempo me dispongo decidido a visitarla, siempre la encuentro igual y es algo que me punza el pecho fina y dolorosamente. Sus cabellos canos y enmarañados juguetones dispersados en la  suave y blanca almohada hacen juego con su morena piel ya lo suficientemente arrugada para figurarse su edad avanzada. Esta sin ánimo, parece que como yo, ha agudizado sus sentidos porque pudiera ser que ya identificara mis pasos. <<Buenos días doctor>> me dice con esa voz melodiosa que me había despertado desde hacía ya 25 años “Buenos días, Marina” respondía resignado; ella ya no respondería a mi amor y solo algunas veces me recordaba; su memoria fallaba como todos sus sistemas orgánicos, ella estaba al borde de la muerte y no lo consentía ni se daba cuenta mucho menos ¿Y yo? ¡¿Qué horrible y miserable Dios ha decidido someterme al castigo de ver morir a mi amada sin poder hacer nada?! ¡Cada día era un castigo, un suplicio! Sin amigos, Sin colegas, sin consuelo. Procuraba pasar todas las noches en el hospital acompañándola en su final (¿Acaso seria el mío también?), ahora sé que no. Me placía leerle diferentes libros y ella decía gustarle escucharme, me miraba con sus ojos oscuros y yo hallaba -o quizá me imaginaba- un halo de aquel amor que vivíamos meses antes, pero que ahora se había reducido en ella a un afecto en la relación médico-paciente.
Desde que está internada acá en el Hospital ha presentado lapsos de lucidez y en esto era cuando me pedía que le escribiera, que eso la hacía sentir como si este cuarto frio y triste fuera su hogar y yo, evidentemente, no opuse resistencia a complacer sus peticiones; ella era mi musa y en el silencio de la noche mientras sus ojos se cerraban mis sensaciones se dispersaban en una infinidad de figuraciones y quimeras que plasmaba en mis versos, su sed de letras, su ánimo amoroso natural y el hijo que nos regalamos, todo figuraba en mis textos y lloraba inconsolable noche tras noche ¡Marina! ¡No me abandones! Gritaba mi alma mientras aferraba mi puño al sofá en el que estaba, no entendía, no quería ver la muerte de mi esposa. Hoy ha sido distinto y me he prometido por mi salud mental no escribir más.

A eso de las 12 am me encontraba escribiendo cuando estertores de Marina llamaron mi atención, ella había despertado de su sueño, me acerque preocupado y ella me miro llorando, estaba en un momento de lucidez y me sonreía triste, lo cual me confundía aún más:
-Miguel, ha llegado la hora, siento que esta noche el Dios de los cielos reclama mi alma, solicita que mi cuerpo sea regalado a la tierra y transfigure.
-No, ¡No! No me dejes marina-dije sollozando.
-Entiende Miguel, prométeme que intentaras ser feliz, que la vida para ti será el regalo que aun posees hasta que nos reunamos en la paz eterna, prométeme que le escribirás a Carlos para que me acompañe en mi cristiana sepultura.
 -pe-pero Marina! …-suspire-Nuestro hijo sabrá todo y vendrá a tu entierro.
-Miguel ¿Hoy que me has escrito?
-Tan solo dos  versos…
Posas en silencio tu alma en mi pluma,
el frio Hades ya no nos ahuyenta.
Te veo morir entre mis brazos,
la fe ahora es odio por los Dioses.

Ausencia amarga encaje y seda.
Lucha heroica contra el instinto,
que como el viento se hace fuerte y destructivo
en el fluir de lo vivido.

-Miguel, ahora debemos separarnos no te cargues el corazón de odio ¡Prométemelo! Ya nos reuniremos, dale un beso a Carlos, Te amo.
Y así sus ojos se cerraron apacibles dejando en ella un rigor mortis tranquilo y realizado: Angelical.

Así fueron mis últimas horas con tu madre Carlos, lamento que hayas estado lejos sus últimos días, pero su último deseo como ya leíste es que la acompañes, ven pronto, visita a tu viejo que te necesita, que se siente solo. Te amo hijo mío. Te espero.

Amorosamente:


Tu padre: C,g

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