Carta a Marina (Amada mía)

Amada Mía:

El grito horrendo de la muerte ha cesado,
la melancolía del deber lo ha permitido.
Los jardines de astromelias han llorado,
por la hermosa dama que ha dormido.

Tomaste mi mano en una tarde oscurecida como esta, la apretaste y sonreías diciéndome que ahora ya no estaríamos solos nunca más. Esa creída utopía del hombre de querer abandonar su soledad no solo la conseguimos, sino que demostramos su falsedad como utopía y la volvimos realidad. Caminamos seguros de nuestro amor al amparo de nuestra juventud que después se volvió certeza en cada año juntos, recuerdo cada gesto de tu rostro, cada ademan y el brillo de tu mirada que iluminaba la mía por esos días andaba muy marchita.
Y en una banca nos miramos fijamente empequeñeciendo el mundo a nuestras dos personas, tus labios carmesí solicitaban el auxilio de mi boca mientras mi corazón palpitaba fuertemente. La felicidad se somatiza Marina, al igual que la tristeza.
Amor, la vida ha cambiado mucho, desde que te fuiste. Los colores de los alelí hoy palidecen ante mi mirada y pareciera que una fina película de lágrimas la cubriera ¿recuerdas el aspecto triste de los perros callejeros? hoy así me siento. Aquel beso de aquella tarde, mis manos torpes acariciaban tu rostro y me preguntaba si era adecuado hacerlo pues no quería que por un arranque de mis deseos más sinceros cometiera una imprudencia y te alejaras de mí; eso no lo hubiera podido soportar. Pero tú siempre fuiste más valiente que yo cuestiones afectivas, sonreías y sujetabas mi brazo con firmeza, ahí supe lo que debía hacer, besarte en un  apartado del universo en que solo cabía la sensación de placer enaltecido, divino. Y como no llorar, sabes que desde joven siempre he sido un viejo complicado y llorón, después de aquel beso enjugaste unas cuantas lágrimas de mi rostro y sonreías complacida <<Te amo>>-dijimos. Y el amor nos hizo poco a poco; en el hogar, en la universidad, nuestra vida se construyó juntos, lado a lado, hombro a hombro, llegando así Carlos nuestro amado hijo. Vino a tu entierro Marina, como lo pediste antes de morir, y en tu ataúd sus lágrimas fueron absorbidas junto con las mías ¿Cómo podría yo haberlo consolado? Abyecta  y serena tu rostro reposaba sobre un acolchado seda blanco en tu ataud, tu cabello había sido organizado y vestías un hermoso traje del mismo color del acolchado. Tristeza blanca y serena, tú… alimento de gusanos.
Te he defraudado Marina, no he podido ser feliz, los días me pasan como eternos inviernos hasta que llega la noche y mis sueños vivifican alguna escena feliz de nuestra vida juntos o alguna terrible imagen del futuro, ayer he tenido una pesadilla: Cristo desde la Cruz me miraba lastimero y me reprochaba mi tristeza “¿Acaso no te basta con estar vivo, hijo mío?” yo piadoso y decidido me acercaba a sus pies y los escupía “No padre, si no es con ella ya estoy muerto”. ¿Soy un mal hombre por soñar esto Marina? Me desperté asustado y solo podía pensar en ti y llorar,llorar ¡Marina, Marina! Gritaba en mi oscura habitación…nadie acudió a mi llamado, estoy tan solo.
Cada noche invoco a la muerte y solicito su presencia <<bella muerte, ayúdame a reunirme con mi amada ¡Oh, tú infame incompetente no ves que este senil viejo ya no sirve más en este mundo!>>y así me quedo dormido hasta el amanecer. He renunciado a mi trabajo, la Medicina, que había sido importante en mi vida ya no representaba nada, me hastiaba todo de ella. Estoy viejo, estoy cansado y triste.
Cada viernes viajo y te visito mi amor, el cementerio ahora me resulta tan familiar, cada tumba arreglada o abandonada la puedo reconocer. Me siento en tu sepulcro y reemplazo las flores; astromelias, siempre te traigo astromelias ¿recuerdas que fueron las primeras que te di cuando teníamos veinte años? me siento a tu lado y una profunda nostalgia me invade, aquel nudo me saluda áspero y ponzoñoso en mi garganta y entonces empiezo a escribirte, como hoy.
Marina, te amo, pronto nos reuniremos.

Amorosamente.

Tu esposo C.g


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