Elogio del hedonista
A ese Dios iban tus
suplicas de pequeño, a ese mismo Dios del que no sabías nada pero te habían enseñado
como algo todopoderoso, omnisciente y omnipresente ¡ingenuidad juvenil es el Creer en aquel mito! Pero la sed acompañada del frío y la academia empujan el escombro
de esa idea y la arrojan al fuego, a ese mismo fuego condenatorio que
los hombres proclaman como divino y sanador; pero este es mío. Arden los hombres artífices y defensores de mentiras,
sus pieles se deshacen y gritan dolorosos lamentos, y allí estoy yo:
Danzando como mis antepasados alrededor del fuego elevando mi botella y tomando
largos tragos para luego sonreír frenéticamente escuchando la suave melodía de
su agonizar.
Desde la hoguera en la que mueren se atreven a señalarme y gesticulo mil muecas jactanciosas, camino por
las calles y los veo decaer en cada noche que se arrodillan a repetir sus oraciones, y yo, sujetándome firme a la cadera de algún ser.
Mientras ellos toman su miserable porción de vino yo aspiro a litros de ginebra
hasta enloquecer; aspiro al exceso, a la alucinación, al placer corpóreo que
hace que cada musculo se contraiga en la expresión orgásmica de mi pensamiento.
Pero no siempre es así: hay ocasiones en las que no soporto la ebriedad y mi mente entra en un estado de aletargamiento en
el que tan solo me limito a la quietud, a la parsimonia de la simple
consciencia de Ser, pero cosa curiosa, esto también les incomoda tan solo que
ya no los veo arder, es algo así como si sufrieran un proceso metamórfico antropomórfico
en el que se convierten a organismos con brillantes crines a sus espaldas relinchando
sus lisonjas entre ellos mismos a la par que lamen sus rectos creyendo
alimentarse bien.
¡Qué hermosa es
mi vida! catalogada por ustedes como pérfida, pero es la mejor que pude tener ¡¿Por
qué señores?! Sencillo, yo elijo cada uno de mis pasos a seguir, he logrado tal libertad que
la muerte no me parece más que una broma de esos hombres que la mencionan
temerosos, la muerte camina a mi lado y brinda conmigo, pasea conmigo, y en esta
noche, fornica conmigo. Mis propios excesos consentidos han gastado este cuerpo
que poseo y ahora solo dolor es mi diario vivir; vomito cada noche una
sustancia amarillenta y viscosa que burbujea
y quema toda mi garganta, una toz intensa promete muy pronto expulsar
mis pulmones ya inservibles; hoy tan solo poseo este cuerpo inútil que quiero
dejar abandonado en la calle Gretfurt cerca al jardín de la parte posterior detrás de
la vieja Fábrica Rochester, me resulta agradable la idea de que mi cuerpo
putrefacto nutra alguna flor, hoy solo pienso en flores, veo el puñal y lo veo
como una hermosa rosa que acercare a mi pecho, que me acaricia con cada suave pétalo
para al fin resquebrajarse o resquebrajarme, observo a la rosa, no se inmuta
con mi presencia y sigue en su mismo gesto con su sonrisa plateada, ella sabe
que le pertenezco, que la cultive para este momento, para esta noche ¡Noche de
caricias y dolores donde la rosa, la muerte y yo, nos unimos en orgía eterna como
decisión final de mi único Dios.
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