Encierro

Abyecto en rigor mortis sobre mi cama me encuentro en mi cuarto, iluminado a media luz por una lámpara halógena de luz blanca intermitente, mi cuerpo paralizado por la severa contracción muscular y la estrecha y bien apretada camisa de fuerza de Lienzo que reta mi circulación, me introduce en un estado de introspeccion en el cual la realidad se superpone a mi imaginario. Solo tengo el tiempo, si, el tiempo es mio, y mi sombra aparece y se pasea por el cuarto con sorna humillándome con su libertad:


-Esclavo de tus palabras ¡Quien te ha obligado a publicar tus pensamientos? Te dije que serias marginado y señalado como loco ¡Loco! me ignoras a mí, ignoraste a Foucault, a Nietzche, ahora tú, adalid de la verdad vista como perversión ante el vulgo, condenado estas al desamparo y la soledad.

-Pero sombra, tú, amiga mía que siempre me acompañas ¿Dime que daño he hecho yo al revelar la ambivalencia de la psiquis y la virtud mutual de sus contrarios?

-Ninguno, pero olvidaste que vives en la era hedonista que te repudia, donde la verdad si duele es rechazada ¿Acaso creías que la tierra era el Ayden de Allan Poe?

-¡Nunca! mi pecado ha sido SER. El vivo ejemplo de lo ímprobo sigue libre y se ríe chonchamente de mi cautiverio, masifica la cultura y alinea mentes potencialmente brillantes. Son tan similares las características de la genialidad y la demencia. Guarda silencio sombra mía, por favor guarda silencio, quiero morir en la sinfonía hermosa de mis pensamientos.



La frialdad de mi cuarto es cruelmente matizada por un ventanal y un balcón que no visito. El Diazepan me pone tonto, la enfermera me da asco, esta vida de mierda se pone a un peor, aprovecharé el baño diario para finalizar esto.

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