Querida mía:


Cuando desperté en la mañana nunca imagine que terminaría el día escribiéndote a ti como ejercicio ludico, por beneficio, por obligación, como si me fuera necesario el que aparezcas en mis noches desnuda para asi develar juntos la niña que ya no eres, que recuerda la juventud que ya se fue, los años que te quedan, las personas que estuvieron y aquellas que se irán ¿Y qué te dejan? Algunas virtudes que impregnaron en ti como también sus defectos, sus sonrisas, sus escombros. Caminas con una sonrisa; mueca deforme del eufemismo que es tu vida, cultivas la academia como hábito y defensa ¿de qué? De ti misma, de los demás. Acaricias tu suelo y cometes el error de crear afecto por él cuando deberías aborrecerlo, cultivas amistades y te construyes con ahínco día a día. Hoy tu mirada me dice quién eres, que quieres, tú destino en vida y  siento en mí la fatiga crónica de esa carrera enferma que llevas por acercarte a la muerte. Entonces no digas que me olvido de quien eres, de quien fuiste, de cómo sientes, de cómo piensas ¡no! ¡Tal blasfemia no has de cometer! cuando en las tardes de oscuro y melancólico llanto te tome de la mano y fue suficiente para calmar tu dolor, cuando en las noches inverosímiles de borracha ansiedad me abrazaste y eliminaste mis miedos, cuando en un adiós entrecortado gusanos saciados celebraban nuestro podrido amor.

Siempre tuyo…


Camilo Gomez.



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