Efigie de la flor enamorada
Semilla de figura informe que andariega arrastra su destino
sin premuras y sin tiempo, sin lugar y sin destino. Cansado de sus tropiezos se
establece y opta por dejar aventurar sus raíces, semilla deforme que destroza
su coraza dejando a la vista su esencia, absorbe el mundo y se deja absorber;
adquiere sus valores y entiende lo que es, lo que será, lo que fue en ese largo
andar. Levanta la mirada y observa el cielo maravillado, se alimenta de él, de
su luz; aprieta con fuerza en un abrazo aquel suelo en el que se explaya y se
permite florecer. Es allí cuando conoce el frio de la noche y la intemperie, el
riesgo de vivir así, de observar el mundo así. Desde aquella altura mira el
odio y la perfidia de sus contemporáneos, llora su soledad. Pero un día al lado
de él una hermosa flor decide también allí permitirse crecer y se enamoran, cambia
el prisma y sus colores, pareciera que conoce por primera vez la Felicidad. Rozando
sus pétalos entiende que la ama y que no la quisiere llegar a perder, pero el
tiempo no acepta pretensiones bondadosas, cambia trayendo consigo los gélidos
vientos que se van llevando poco a poco parte de sus cuerpos. La ve sufrir, ve
como a cada segundo que pasa tiritan y son descuartizado sus miembros sin
piedad, ella muere un poco más rápido que él mientras que tan solo se miran
angustiados, amorosos, con cierto aire de agradecimiento mutuo en una mirada húmeda
y confiable ¿Cuánto tardará en morir?
Llega la noche de un viernes cualquiera y saben que ha
llegado el fin. Neva fuertemente y una capa helada asciende cubriendo sus
formas, se acercan un poco y se besan por última vez. Él comprende cuál es su
sacrificio; verla morir primero enterrada en vida para luego morir doliente de
su amada. Y así ocurre, falta poco para que él sea también envuelto en aquel límpido
manto blanco completamente sintiendo aún bajo la nieve la parte muerta de ella,
observa aquel mundo que habitó comprendiendo que esa flor con la que decidió acompañarse
fue lo que lo hizo hermoso. Una lágrima recorre su rostro a la vez que murmura
agonizante: He aquí mi felicidad, he aquí mi sensibilidad.
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